En concreto, agregó, casi 600.000 personas entrarán en inseguridad alimentaria crítica (fases 3 y 4 de la clasificación internacional) entre junio y septiembre en Mauritania, y 340.000 en Senegal. Se estima también que 31.000 niños en Mauritania sufrirán desnutrición aguda, un 40% más que la media de los últimos cinco años.

A las puertas de la estación del hambre -el periodo de escasez de alimentos que cada año se produce de junio a septiembre en la región del Sahel-, las previsiones vuelven a situar en la frontera entre Mauritania y Senegal la mayor escasez de pastos, recurso crucial para una población altamente dependiente del pastoreo de vacas, camellos y cabras y de la agricultura de subsistencia, indicó la ONG.

El precio del forraje ha empezado ya a dispararse, según constató desde Nuakchott (Mauritania) el coordinador de Seguridad Alimentaria y Medios de Vida de Acción contra el Hambre, Mohamed Ould Dah.

TENSIONES

“Ya en marzo, durante el periodo de cosecha, empezaron a registrarse tensiones entre pastores y agricultores. Los primeros habían iniciado una trashumancia precoz que afectó a los cultivos justo antes de la cosecha, una competencia que continúa por los puntos de agua en la zona”, agregó.

Por ello, la ONG pide una respuesta en la que la seguridad alimentaria de las personas pueda ser una forma de prevenir conflictos, no solo para Mauritania, sino para toda la región.

“La competencia creciente por unos recursos naturales cada vez más escasos hace necesaria una gestión colectiva -y a veces transfronteriza- que refuerce el contrato social y prevenga la tensión entre las poblaciones. La estabilidad no solo en esta zona, sino en toda la región, necesita el refuerzo de la gobernabilidad y el desarrollo a través de programas públicos que mejoren el acceso a la seguridad alimentaria y los medios de vida”, apuntó Manuel Sánchez-Montero, director de Incidencia Política de Acción contra el Hambre.

Para la directora de Acción contra el Hambre en Mauritania, Elena Vicario, "lo dramático de esta situación es que se trata de crisis perfectamente anticipadas, pero a las que suele darse una respuesta tardía e insuficiente, que se centra en mitigar la emergencia en lugar de preparar a la población para reforzar su resiliencia y capacidad de adaptación a sequías prolongadas”.