Los hechos se produjeron el 27 de julio de 1992, cuando ambos jóvenes se encontraban en el Paseo de la Playa de Alcalá de los Gazules (Cádz), ella, de 16 años, sentada en un banco del jardín municipal, y él, de 17 años, jugando al fútbol con unos amigos cerca de allí.

Uno de los balonazos del chico impactó en la joven, causándole la "pérdida de visión casi total" del ojo derecho, de forma irreversible.

Para la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo, el daño causado era "previsible y evitable", teniendo en cuenta que el juego se desarrollaba en un lugar prohibido, que los jugadores tenían una edad "en que el impulso desplegado puede er importante", que el balón era de cuero y que uno de los balonazos impactó con violencia en una persona ajena al partido.

"En tales circunsanticas resulta incuestionable que era previsible la posibilidad de dañar, como ocurrió, a terceros no intervinientes, y fácilmente evitable de haberse ajustado la diligencia a las reglas de atención y cuidado exigibles", dicen los magistrados, quienes no aceptan la versión de que los jugadores "se estaban pasando prudentemente uno a otro la pelota".

Con ests argumentos, la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo confirma la sentencia dictada en su día por la Audiencia Provincial de Cádiz, por la que se condenó a los padres del entonces menor de edad a indemnizar con 10 millones de pesetas, más los intereses legales, a la joven lesionada.