JUAN PABLO II, INFATIGABLE DEFENSOR DE LAS PERSONAS CON DISCAPACIDAD
- Pidió respeto para el derecho de los discapacitados a disfrutar de una vida sexual y afectiva.
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El Papa Juan Pablo II realizó durante su Pontificado una constante defensa de los derechos y la dignidad de las personas con discapacidad. Como el Santo Padre recordó numerosas veces, "la atención a los discapacitados es un buen termómetro de la calidad de vida".
La última vez que habló sobre estas personas fue en enero de 2004, con motivo del Simposio Internacional sobre "Dignidad de la persona con discapacidades mentales", celebrado en el Vaticano del 7 al 9 de enero de ese año por iniciativa de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Asimismo, abordó algunas cuestiones más delicadas enviando un mensaje firme al defender que las personas con discapacidad deben tener el mismo derecho a disfrutar de una vida sexual y afectiva que el resto.
"Los derechos y obligaciones son iguales para todos los seres humanos, no únicamente para los sanos. La sociedad debe ayudar a las personas con discapacidad para que puedan desarrollar todos sus dones; ésa es la base de las sociedades justas y solidarias", afirmó el Papa entonces.
Durante su intervención recordó una máxima que repitió numerosas veces a lo largo de su Pontificado: "la persona discapacitada, incluso cuando está herida en la mente o en sus capacidades sensoriales e intelectuales, es un sujeto plenamente humano, con los derechos sagrados e inalienables propios de toda criatura. El ser humano, de hecho, independientemente de las condiciones en que desarrolla su vida y de las capacidades que puede manifestar, posee una dignidad única y un valor singular a partir del inicio de su existencia hasta el momento de la muerte natural".
Para finalizar este encuentro, calificó a las personas con discapacidad mental como "testigos particulares de la ternura de Dios".
AÑO EUROPEO DE LAS PERSONAS CON DISCAPACIDAD
El también obispo de Roma, tras la clausura del Año Internacional y Europeo de las Personas con discapacidad, en 2003, aseguró en la Plaza de San Marcos, ante cientos de fieles, que "la humanidad herida del discapacitado nos desafía a reconocer, acoger y promover en cada uno de estos hermanos nuestros el valor incomparable del ser humano creado por Dios".
"Una sociedad que diera únicamente espacio a los miembros plenamente funcionales, totalmente autónomos e independientes, no sería una sociedad digna del ser humano. La discriminación en virtud de la eficiencia -concluyó tajantemente- no es menos condenable que la que se realiza en virtud de la raza o el sexo o la religión".
En 2002, con motivo de la reunión que mantuvo Juan Pablo II con representantes de la asociación 'Fe y Luz' de 75 países, una entidad que se dedica a trabajar para mejorar la calidad de vida de enfermos y discapacitados, afirmó, refiriéndose a las personas con discapacidad, que "debemos de aprender mucho de ellos y saber que ocupan un lugar específico en la Iglesia. Su participación en la comunidad eclesial abre el camino a relaciones sencillas y fraternas, y su oración filial y espontánea nos invita a todos a volvernos a nuestro Padre de los cielos".
En esta cita, también tuvo palabras de reconocimiento para las familias, a las que felicitó por "trabajar por la dignidad de cada ser humano y para que no se atente jamás contra el don de la vida, especialmente cuando se trata de niños con discapacidad".
PORTADORES DE UNA FUERTE ESPERANZA
Dos años antes, Wojtyla, en su homilía del 3 de diciembre de 2000, se dirigió a los muchos discapacitados congregados con palabras de admiración: "en vuestro cuerpo y en vuestra vida, amadísimos hermanos y hermanas, sois portadores de una fuerte esperanza de liberación. Toda persona marcada por una discapacidad física o psíquica vive una especie de "adviento" existencial, la espera de una "liberación" que se manifestará plenamente, para ella como para todos, sólo al final de los tiempos. Sin la fe, esta espera puede transformarse en desilusión y desconsuelo; por el contrario, sostenida por la palabra de Cristo, se convierte en esperanza viva y activa".
A este respecto, también recordó el papel que debe jugar la Iglesia en la vida de estas personas: "la Iglesia se compromete a ser para vosotros cada vez más "casa acogedora". Sabemos que el discapacitado -persona única e irrepetible en su dignidad igual e inviolable- no sólo requiere atención, sino ante todo amor que se transforme en reconocimiento, respeto e integración".
Una de sus primeras referencias dirigidas al mundo de la discapacidad la hizo el Santo Padre en 1981, tres años después de haber sido nombrado Papa, cuando dijo, en una de sus intervenciones públicas, que "en Dios descubrimos la dignidad de la persona humana, de cada una de las personas humanas. El grado de salud física o mental no añade ni quita nada a la dignidad de la persona; más aún, el sufrimiento puede darle derechos especiales en nuestra relación con ella".
(SERVIMEDIA)
03 Abr 2005
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