No obstante, esta cantidad queda aún lejos de los aproximdamente dos billones de pesetas que los españoles gastan cada año en carne y productos cárnicos, y supone un crecimiento más lento que el que ya se dado en los países anglosajones, sobre todo Estados Unidos.

La explicación de su desarrollo, según el mencionado estudio, radica en que los consumidores cada vez están más concienciados de la necesidad de hacer una dieta más equilibrada y reducir la ingestión de grasas de tipo animal, pero la facturación de nuevos productos cárnicos con estas característics tiene problemas para los fabricantes, ya que la grasa condiciona atributos de calidad, como el color, gusto, aroma y textura.

Además, los nuevos productos resultan por su particular proceso de elaboración entre un 10 y un 30% más caros que los que contienen el nivel habitual de grasa.

Para llevar a cabo los nuevos productos, la principal medida es la utilización de materias más magras y la disminución de la densidad de grasa. Luego se pueden buscar otras propuestas de Investigación y Desarrollo(I+D) como añadir proteínas de origen no cárnico, como soja, surimi, o gluten, entre otras.

Para los fabricantes, sin embargo, estos productos bajos en grasa no pretenden ser sustitutivos de los que ya tienen en el mercado, sino que buscan nuevos consumidores, según aseguró hoy Jesús Rodríguez, representante de Campofrío, empresa pionera en este campo en España.