El Pontífice pronunció el discurso, que se prolongó durante media hora, después de la oración que hizo frente a la Virgen dentro del santuario, que estaba adornado con setenta "sinpecados" de las distintas hermandades y cofradías rocieras, y en el que sólo se encontraban los responsables del santuario y el séquito papal. Los "sinpecados" fueron bendecidos posteriormente por Juan Pablo II.

A continuación el Papa salió al balcón que da a la explanada del santuario, dode se encontraban congregadas unas 25.000 personas -según fuentes de la Policía Local-, que aplaudían y coreaban frases dirigidas a Juan Pablo II, como "¡Te quiero, te quiero, Papa rociero!".

El Papa inició su discurso calificando de "muy positiva y alentadora" la devoción manifestada a la Virgen por sus fieles, aunque advirtió que "se le ha acumublado también, como vosotros decís, 'polvo del camino' que es necesario purificar".

"Es necesario pues", añadió, "que ahondando en los fundamentos de esa devoción, seáis capaces de dar a estas raíces una plenitud evangélica, esto es, que descubráis las razones profundas de la presencia de María en vuestras vidas".

"Es la fe cristiana", prosiguió, "es la devoción a María, es el deseo de imitarla lo que da autenticidad a las manifestaciones religiosas y marianas de nuestro pueblo. Pero esa devoción mariana, tan arraigada en esta tierra de María Santísima, necesita ser esclarecida y alimentada continuamente con la escucha y la meditación de la Palabra d Dios".

El Pontífice invitó finalmente a los rocieros a "hacer de este lugar, el El Rocío, una verdadera escuela de vida cristiana", porque "este, y no otro, es el camino por el que la devoción rociera ganará cada día en autenticidad. Además, la verdadera devoción a la Virgen María os llevará a la imitación de sus virtudes".