"The Economist" afirma que, tras llegar ala alcaldía de Marbella en 1991, Gil restauró parte del glamour perdido por la localidad malagueña, pero recurriendo a una política de mano dura para mantener la zona segura para los turistas, y permitiendo la instalación de inversores dudosos.

Sobre esta última cuestión, señala que "recientemente, nuevos ricos rusos muy dudosos se han unido a sus homólogos británicos, franceses e italianos en la compra de propiedad en Marbella, confiados en que ninguna autoridad local les preguntaría de donde venía s dinero".

Para "The Economist", en la caída en desgracia de Gil puede haber influido también sus ambiciones políticas, sobre todo después de que anunciara su intención de llevar las candidaturas del Grupo Independiente Liberal (GIL) a Ceuta y Melilla.