"The Economist" sugiere que los países con más alta fiscalidad sobre los carburantes deberían rebajarla y proceder a subir la de otras energías más contaminantes, como el carbón, y bajar aún más las que son más limpias, como el gas.

Según "The Economist", también puede barajarse como alternativa aplicar más peajes o cobros por el uso de las carreteras, si bien reconoce la gran dificultad política que entraña siempre un cambo de fiscalidad, "porque los que pierden se oponen, mientras que los que se benefician se quedan quietos".

A su juicio, es preciso reconocer el hecho de que de los impuestos sobre los carburantes, que sobre el papel tienen tres objetivos (reducir la congestión del tráfico, disminuir la polución y recaudar dinero), sólo tiene éxito el tercero.