Día del Ictus

Felicidad olvidó cómo sonreír tras sufrir su segundo ictus

- Hoy se celebra el Día Mundial del Ictus

- En España se detectan 90.000 nuevos casos de ictus anualmente

Madrd
SERVIMEDIA

Felicidad Gutiérrez sintió un dolor intenso de cabeza hace ahora cinco años, pero lamenta que "en el hospital me mandaron a casa”. Desde entonces ha sufrido dos ictus que le han cambiado por completo la vida. De tener dos trabajos a aprender a vivir adaptándose "a las limitaciones”, siempre con el apoyo de su familia.

Este martes se celebra el Día Mundial del Ictus, una enfermedad cerebrovascular con alta prevalencia (90.000 nuevos casos cada año) y más de 23.000 fallecimientos, según datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN).

Además, el ictus produce un enorme impacto social, especialmente, en el entorno familiar de la persona afectada. Rodrigo es el hijo menor de Felicidad, y tuvo que enfrentarse al primer derrame cerebral de su madre con apenas seis años. “Mi hijo es muy maduro porque ha vivido dos ictus, igual que yo. Esta enfermedad afecta a toda la familia”, asevera Felicidad en una entrevista a Servimedia.

Echando la vista atrás, ‘Feli’, rememora la primera vez frente al ictus.“Fue hace cinco años. Tras diagnosticarme gastroenteritis en el hospital me mandaron a casa. El dolor no solo persistía, sino que comencé a notar algunas cosas extrañas”.

Trataba de pulsar las teclas del ordenador y no podía, o intentaba coger un vaso y se le escapaba. “Mi cuerpo estaba completamente descoordinado”, rememora. Entonces, regresó al centro hospitalario y por fin dieron con el diagnóstico: había sufrido un ictus. Le aseguraron que no volvería a suceder, pero años más tarde, en las navidades de 2023, se repitió.

Su hijo Rodrigo cuenta a Servimedia que su madre “empezó a hablar raro”. “Estábamos haciendo un trabajo para el colegio y noté que mi madre no sabía contar, decía los números sueltos”. El próximo 22 de diciembre se cumplirá un año desde su último accidente cerebrovascular. Un año en el que Felicidad, por segunda vez, ha tenido que ‘reescribirse’ tras un accidente cerebrovascular. “Era como un niño de Primaria que leía y no me enteraba de nada, así que tuve que aprender de nuevo a leer, a sumar”.

De hecho, aún continua en el camino hacia la recuperación, gracias en parte, a la atención recibida por los profesionales del Centro de Referencia Estatal de Atención al Daño Cerebral (Ceadac). “Allí fue donde detectaron que mi lado derecho del cuerpo se había desconectado del cerebro, y yo no era consciente de ello”, asevera.

‘Feli’ relata que “cojeaba de la pierna derecha y movía el brazo derecho como una marioneta”. Pero en su cabeza todo seguía en orden, como si no hubiera sucedido nada. “No era capaz de asimilar que había tenido un ictus y ni mi nuevo estado”.

Su recuperación tiene mucho que ver con la aceptación de una nueva realidad. Esta mujer, que le ha visto en dos ocasiones el rostro al ictus, asegura que frente a esta enfermedad solo cabe “tener mucha paciencia” y asumir que tras el ictus “sigues siendo la misma persona, pero con unas limitaciones a las que hay que ir adaptándose”.

EL ICTUS, UN CUENTO SIN FINAL

Con el objeto de visibilizar la repercusión en las familias, en concreto en los menores, del ictus y el daño cerebral adquirido (DCA) se ha puesto en marcha “un recurso para el desahogo”. Se trata del proyecto ‘Un final para el DCA’ y el cuento sin final que lo acompaña: ‘El desafío de Ardilla’.

“El cuento ofrece una oportunidad para que los menores reflexionen sobre cómo impactan las enfermedades que dejan ciertas secuelas, y para que los adultos afectados se pregunten acerca de su identidad, más allá de la actividad que realizaran antes de sufrir el daño”, explica para Servimedia, el CEO Fundador de la ONG Coloria, Pedro Vaquero.

‘Feli’ y su hijo Rodrigo han participado en este programa que pretende “trabajar desde el presente y proyectar hacia el futuro”. Un presente tan cambiante como la recuperación tras un episodio de ictus.

“Hay tantas realidades como personas. Por eso precisamente nuestros cuentos no tienen final, lo que permite que cada uno cree el suyo, con todo el simbolismo que hay detrás”, apunta Vaquero. Esta patología deja una huella única en cada persona. Feli, asegura, que ya no tiene “la fluidez verbal de antes, y a veces me pierdo en las conversaciones”.

Paradójicamente, una mujer que lleva por nombre Felicidad había olvidado cómo sonreír. “En cambio hace tres sábados no sé qué contó mi marido que me reí ‘con ganas’ y me dijo mi hijo: ¡Después de diez meses por fin te estás riendo mamá!”.

(SERVIMEDIA)
29 Oct 2024
AOA/pai