La campaña de los socialistas ha sido la de un líder. El partido, que ha hecho un enorme esfuerzo organizativo para abarrotar los grandes recintos en los que se desarrollaro los actos de González, ha quedado en un segundo plano.

El mejor ejemplo fue el mitin-fiesta celebrado en el Palau Sant Jordi de Barcelona, un enorme despliegue de medios destinados a homenajear a Felipe.

El "apoyo crítico" de intelectuales, profesionales, mujeres progresistas y otros grupos sociales supone un depósito de confianza en la figura de González como persona capaz de superar los problemas que han atenazado en los últimos meses al PSOE.

González se ha situado en el papel de presidete del Gobierno que ha efectuado grandes cambios en la fisionomia del país durante la última década, en detrimento de su faceta de secretario general del PSOE, un papel sin duda más incómodo y que le obligaba a dar muchas más explicaciones sobre actuaciones irregulares.

Su declaración de que se enteró de Filesa por la prensa separaba claramente las dos funciones que ha desempeñado durante todo este tiempo.

Tras ello, y como si el caso no fuera con él, ha prometido investigar y erradicar la corrupión de la vida política -promesa que gana credibilidad con la icorporación de Baltasar Garzón o Victoria Camps-, y abrir su partido a la sociedad.

Si gana, Felipe habrá conseguido su mayor éxito electoral, aunque en otras ocasiones obtuviese mayor número de escaños, porque en esta ocasión sí ha tenido adversario.