DON JUAN PIDIO A LOS MONARQUICOS QUE APOYASEN A SU HIJO PARA QUE LLEGARA AL TRONO, SEGUN EL LIBRO "EL REY" DE VILALLONGA
- "Le dije -refiere Vilallonga-: 'Señor, dentro de algunas horas Franco quizá haya muerto y nosotros los monárquicos tendremos que hacer frente a una situación muy difícil. Nos vamos a encontrar con dos reyes: Vuestra Majestad, en Estoril, y Don Juan Carlos en Madrid. ¿Qué debemos hacer?'. El conde de Barcelona me contempló largamente en silencio. Su rostro se puso muy pálido. Se concentró en sí mismo y con un tono grave me respondió: '¡Debéis ayudar al Príncipe con todas vuestras fuerzas!"
- "El conde de Barcelona es un hombre que ha jugado con gran dignidad y mucho coraje uno de los papeles más tristes de la Historia contemporánea, porque fue constantemente insultado y humillado por gente que no le llegaba a los talones, entre otros el propio Franco, el más insidioso y el más mediocre de sus enemigos. Para los hombres de mi generación, el conde de Barcelon sigue siendo el ejemplo mismo de lo que debe ser un comportamiento ético".
- "Mi padre temía mucho este primer encuentro con Franco. A menudo se hablaba de él en casa y no siempre en términos afectuosos. Antes de mi salida hacia Madrid, mi padre me había hecho todo tipo de recomendaciones: 'Cuando te encuentre con Franco, escucha bien lo que te diga, pero habla lo menos posible. Sé cortés y responde con brevedad a sus preguntas. En boca cerrada no entran moscas'".
- "Pienso que Franco veía en mi padre a la única persona que podía disputar la legitimidad de su poder. Por lo demás, tal vez acabó creyéndose lo que le decían sus servicios de propaganda acerca de mi padre. Debía de ver realmente en él a un peligroso liberal que amenazaba con dar al traste con el conjunto de su obra. Un peligroso liberal que se inclinaba del lado de los 'rojos'. Cuando mi padre decía : 'Quiero ser el rey e todos los españoles", Franco debía traducir: 'Quiero ser el rey de los vencedores y de los vencidos'".
- "No sé si hay que creer demasiado en las influencias que pueden ejercer sobre nosotros los miembros de nuestro entorno o de nuestra familia. Es evidente que si, cuando yo era niño, mi padre no me hubiera hablad de España con la pasión que ponía en cada una de sus palabras, yo no hubiera tenido hoy la misma visión 'enamorada' que tengo de mi país. Si pienso, si actúo, si a veces hablo como lo hubiera hecho mi padre, ello no se debe únicamente al resultado de una influencia, sino también al simple hecho de haber recibido desde muy joven el ejemplo de alguien a quien admiro y quiero: mi padre".
- "El xilio, cuando dura demasiado, acaba por falsear completamente la idea que uno se hace del paraíso perdido. Mi padre vivía rodeado de hombres que, en su mayor parte, eran exiliados desde la guerra civil. Hablaban de una España que no existía más que en los libros. Cuando pensaban en la Monarquía, recordaban a Alfonso XIII. Levantaban el futuro de España sobre viejos sueños. A menudo, cuando iba de permiso a Estoril y hablábamos de tal o cual problema, mi padre se irritaba: '¡Demonios! ¡Me hablas desde el puto de vista de Franco!'. Pero ¿qué otra cosa podía hacer?. Yo vivía en la España de Franco. Y cuando Franco me hablaba de España, me hablaba de una España que yo conocía y cuya existencia mi padre admitía sólo dificilmente. Mi padre soñaba con España. Yo la vivía. De modo que, poco a poco, mi padre empezó a escucharme y a tener confianza en mí. Creo que en ciertas circunstancias le ayudé mucho a ver claro. Aunque no sé si le gustaba".
- "Mi padre sí que conoció durante años la verdadera soledad. Excepto algunos fieles que siempre estuvieron junto a él, la gente se lo pensaba mucho antes de ir a visitarlo a Estoril. Durante mucho tiempo, ser visto cerca del conde de Barcelona, constituy, más que una torpeza, un pecado político. Tampoco podía él fiarse demasiado de los que se le acercaban, porque muchos, en cuanto volvían a Madrid, se precipitaban a El Pardo para dar su informe. La mayor parte de las veces se le atribuían palabras que ni siquiera se le habían pasado por la cabeza, y cuando decía algo verdaderamente importante todos se callaban por miedo a hacer creer que lo aprobaban. Mi padre llegó a límites de soledad insospechados".
- "A menudo debían entraros ganas de iros dando un portazo", le sugiere Vilallonga.
- "Sí, pero habría sido escoger el camino más fácil. Un camino que a mis adversarios les hubiera gustado verme tomar. Irse cuando las cosas se ponen difíciles, está al alcance de cualquiera. Un rey, me dijo mi padre, nunca debe abdicar. No tiene dereho a hacerlo. Yo todavía no era rey, pero como si lo fuera".
- "Proseguía sin cesar sus esfuerzos para reunir en torno a la Monarquía a las fuerzas de la oposición al régimen franquista. Repetía incansablemente que esa Monarquía sólo podía ser constitucional y democrática. Tomaba extremadas precauciones por no aparecer como un jefe de partido. No creía (y así se lo decía a quien quisiera oírle) en el estatuto de las "asociaciones políticas", que denunciaba como una falsa liberalización del régimen por parte de Arias Navarro. Declarópúblicamente en Estoril que jamás se había sometido al poder personal que, según él, el general Franco ejercía abusivamente. Cuando a veces digo que mi padre ha jugado en la historia de España un papel de los más dramáticos, no tengo la impresión de exagerar. Por un lado hacía lo que podía para no obstaculizarme el camino y por el otro se esforzaba en permanecer absolutamente fiel a sus principios. A propósito de mi nombramiento como sucesor 'a título de rey', había declarado sin contemplaciones, en su manfiesto de julio de 1969, que toda la operación se había hecho sin que él tuviera conocimiento de ello y sin tener en cuenta la voluntad de los españoles. Y a los que le sugerían que abdicara a mi favor, les respondía que no podía renunciar a los derechos dinásticos de los que era depositario por voluntad de su padre, el rey Alfonso XIII. Pero añadía gustosamente que no era el adversario de nadie y que por mucho que lo llamaran 'el Pretendiente' él no pretendía a nada. Cuando a veces intentaba ponerme en ellugar de mi padre me entraban escalofríos. Cuando el conde de Barcelona denunciaba que mi investidura 'a título de rey' no había sido democrática, hacía de ello una cuestión de principios, sabiendo que no me facilitaba las cosas. ¿Pero qué otra cosa podía hacer?. Si bien nuestra meta común era el restablecimiento de la Monarquía, nuestros caminos para llegar eran muy diferentes. El 14 de junio de 1975 mi padre declaró en Estoril que concebía la Monarquía como garantía de los derechos del hombre y de sus liertades, pero que la iniciativa en favor de una restauración debía ser tomada por los españoles cuando tuvieran la posibilidad de expresarse libremente. Cuatro o cinco días más tarde, Antonio Poch, el embajador de España en Portugal comunicó a mi padre que en adelante le estaba prohibido el acceso al territorio español, pero en Madrid nadie se tomó la molestia de ponerme al corriente de esta decisión".
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En la introducción del libro "El Rey", su autor, José Luis de Vilallonga menciona, dentro de una conversación mantenida con Felipe González, que la víspera de la muerte de Franco, Don Juan le dió instrucciones para que los monárquicos españoles apoyasen a su hijo para que accediese altrono.
- "Le dije -refiere Vilallonga-: 'Señor, dentro de algunas horas Franco quizá haya muerto y nosotros los monárquicos tendremos que hacer frente a una situación muy difícil. Nos vamos a encontrar con dos reyes: Vuestra Majestad, en Estoril, y Don Juan Carlos en Madrid. ¿Qué debemos hacer?'. El conde de Barcelona me contempló largamente en silencio. Su rostro se puso muy pálido. Se concentró en sí mismo y con un tono grave me respondió: '¡Debéis ayudar al Príncipe con todas vuestras fuerzas!"
E otro momento de la introducción, José Mario Armero, presidente del Grupo Europa Press, se refiere a Don Juan como un hombre ejemplar.
- "El conde de Barcelona es un hombre que ha jugado con gran dignidad y mucho coraje uno de los papeles más tristes de la Historia contemporánea, porque fue constantemente insultado y humillado por gente que no le llegaba a los talones, entre otros el propio Franco, el más insidioso y el más mediocre de sus enemigos. Para los hombres de mi generación, el conde de Barcelon sigue siendo el ejemplo mismo de lo que debe ser un comportamiento ético".
PRIMEROS CONSEJOS
Al principio del libro, don Juan Carlos relata su primer encuentro con Franco en Madrid, a donde había llegado procedente de Portugal, donde su familia vivía en el exilio.
- "Mi padre temía mucho este primer encuentro con Franco. A menudo se hablaba de él en casa y no siempre en términos afectuosos. Antes de mi salida hacia Madrid, mi padre me había hecho todo tipo de recomendaciones: 'Cuando te encuentre con Franco, escucha bien lo que te diga, pero habla lo menos posible. Sé cortés y responde con brevedad a sus preguntas. En boca cerrada no entran moscas'".
Tras describir su primera impresión del dictador, señala que "Franco fue muy amable conmigo y me pidió noticias de su alteza el conde de Barcelona. La palabra 'alteza' en sus labios me sorprendió, porque para todos los españoles que venían a visitarnos en Estoril, mi padre era 'el Rey'".
TEMOR Y RESPETO
Sobre la relación entre Franco y su adre, don Juan Carlos opina que reinaban entre ellos un temor y un respeto mutuos.
- "Pienso que Franco veía en mi padre a la única persona que podía disputar la legitimidad de su poder. Por lo demás, tal vez acabó creyéndose lo que le decían sus servicios de propaganda acerca de mi padre. Debía de ver realmente en él a un peligroso liberal que amenazaba con dar al traste con el conjunto de su obra. Un peligroso liberal que se inclinaba del lado de los 'rojos'. Cuando mi padre decía : 'Quiero ser el rey e todos los españoles", Franco debía traducir: 'Quiero ser el rey de los vencedores y de los vencidos'".
CARIÑO POR SU PAIS
Más adelante, afirma que "nadie puede saber lo que hubiera hecho el conde de Barcelona si hubiera subido al trono", pero asegura que le imbuyó el cariño por su país.
- "No sé si hay que creer demasiado en las influencias que pueden ejercer sobre nosotros los miembros de nuestro entorno o de nuestra familia. Es evidente que si, cuando yo era niño, mi padre no me hubiera hablad de España con la pasión que ponía en cada una de sus palabras, yo no hubiera tenido hoy la misma visión 'enamorada' que tengo de mi país. Si pienso, si actúo, si a veces hablo como lo hubiera hecho mi padre, ello no se debe únicamente al resultado de una influencia, sino también al simple hecho de haber recibido desde muy joven el ejemplo de alguien a quien admiro y quiero: mi padre".
ESPAÑA SOÑADA EN EL EXILIO
Según el Rey, su padre influyó en él hasta que él empezó a influir en su padre.
- "El xilio, cuando dura demasiado, acaba por falsear completamente la idea que uno se hace del paraíso perdido. Mi padre vivía rodeado de hombres que, en su mayor parte, eran exiliados desde la guerra civil. Hablaban de una España que no existía más que en los libros. Cuando pensaban en la Monarquía, recordaban a Alfonso XIII. Levantaban el futuro de España sobre viejos sueños. A menudo, cuando iba de permiso a Estoril y hablábamos de tal o cual problema, mi padre se irritaba: '¡Demonios! ¡Me hablas desde el puto de vista de Franco!'. Pero ¿qué otra cosa podía hacer?. Yo vivía en la España de Franco. Y cuando Franco me hablaba de España, me hablaba de una España que yo conocía y cuya existencia mi padre admitía sólo dificilmente. Mi padre soñaba con España. Yo la vivía. De modo que, poco a poco, mi padre empezó a escucharme y a tener confianza en mí. Creo que en ciertas circunstancias le ayudé mucho a ver claro. Aunque no sé si le gustaba".
SENSACION DE SOLEDAD
Sobre la sensación de soledad que le rodeó aél mientras estuvo a la sombra de la autoridad de Franco, "cuando se sabía que yo iba a ser Rey, sin que nadie estuviera completamente seguro de ello", y la gente le trataba de forma poco natural, don Juan Carlos vuelve a recordar la figura de su padre.
- "Mi padre sí que conoció durante años la verdadera soledad. Excepto algunos fieles que siempre estuvieron junto a él, la gente se lo pensaba mucho antes de ir a visitarlo a Estoril. Durante mucho tiempo, ser visto cerca del conde de Barcelona, constituy, más que una torpeza, un pecado político. Tampoco podía él fiarse demasiado de los que se le acercaban, porque muchos, en cuanto volvían a Madrid, se precipitaban a El Pardo para dar su informe. La mayor parte de las veces se le atribuían palabras que ni siquiera se le habían pasado por la cabeza, y cuando decía algo verdaderamente importante todos se callaban por miedo a hacer creer que lo aprobaban. Mi padre llegó a límites de soledad insospechados".
En aquellos años en que era todavía príncipe a l sombra de Franco, don Juan Carlos tuvo que imponerse una disciplina similar a la de su padre para no hablar apenas, porque no sabía cómo iban a interpretarse sus palabras.
- "A menudo debían entraros ganas de iros dando un portazo", le sugiere Vilallonga.
- "Sí, pero habría sido escoger el camino más fácil. Un camino que a mis adversarios les hubiera gustado verme tomar. Irse cuando las cosas se ponen difíciles, está al alcance de cualquiera. Un rey, me dijo mi padre, nunca debe abdicar. No tiene dereho a hacerlo. Yo todavía no era rey, pero como si lo fuera".
EL ULTIMO AÑO DE FRANCO
En julio de 1974, cuando Franco fue internado en un hospital, aquejado de una flebitis, y don Juan Carlos asumió temporalmente la jefatura del Estado, en París se formó una Junta Democrática, integrada por Carrillo, Calvo Serer y Tierno Galván, entre otros, y en Suresnes Felipe González, Alfonso Guerra y Enrique Múgica se adelantaban a los socialistas históricos de Rodolfo Llopis, don Juan no estaba precisamente dorido, según palabras de su hijo.
- "Proseguía sin cesar sus esfuerzos para reunir en torno a la Monarquía a las fuerzas de la oposición al régimen franquista. Repetía incansablemente que esa Monarquía sólo podía ser constitucional y democrática. Tomaba extremadas precauciones por no aparecer como un jefe de partido. No creía (y así se lo decía a quien quisiera oírle) en el estatuto de las "asociaciones políticas", que denunciaba como una falsa liberalización del régimen por parte de Arias Navarro. Declarópúblicamente en Estoril que jamás se había sometido al poder personal que, según él, el general Franco ejercía abusivamente. Cuando a veces digo que mi padre ha jugado en la historia de España un papel de los más dramáticos, no tengo la impresión de exagerar. Por un lado hacía lo que podía para no obstaculizarme el camino y por el otro se esforzaba en permanecer absolutamente fiel a sus principios. A propósito de mi nombramiento como sucesor 'a título de rey', había declarado sin contemplaciones, en su manfiesto de julio de 1969, que toda la operación se había hecho sin que él tuviera conocimiento de ello y sin tener en cuenta la voluntad de los españoles. Y a los que le sugerían que abdicara a mi favor, les respondía que no podía renunciar a los derechos dinásticos de los que era depositario por voluntad de su padre, el rey Alfonso XIII. Pero añadía gustosamente que no era el adversario de nadie y que por mucho que lo llamaran 'el Pretendiente' él no pretendía a nada. Cuando a veces intentaba ponerme en ellugar de mi padre me entraban escalofríos. Cuando el conde de Barcelona denunciaba que mi investidura 'a título de rey' no había sido democrática, hacía de ello una cuestión de principios, sabiendo que no me facilitaba las cosas. ¿Pero qué otra cosa podía hacer?. Si bien nuestra meta común era el restablecimiento de la Monarquía, nuestros caminos para llegar eran muy diferentes. El 14 de junio de 1975 mi padre declaró en Estoril que concebía la Monarquía como garantía de los derechos del hombre y de sus liertades, pero que la iniciativa en favor de una restauración debía ser tomada por los españoles cuando tuvieran la posibilidad de expresarse libremente. Cuatro o cinco días más tarde, Antonio Poch, el embajador de España en Portugal comunicó a mi padre que en adelante le estaba prohibido el acceso al territorio español, pero en Madrid nadie se tomó la molestia de ponerme al corriente de esta decisión".
LA NOCHE DEL 23-F
José Luis de Vilallonga narra pormenorizadamente todos los detalles que rodearonel golpe de estado del 23 de febrero de 1981, cuando Antonio Tejero tomó las Cortes y Milans del Bosch sacó los tanques a las calles de Valencia. En aquella ocasión, la actitud de don Juan no fue de las más decisivas, pero sí útil.
"El conde de Barcelona, que estaba en Estoril, se puso en contacto con don Juan Carlos hacia las diez de la noche. Había ido al cine con su esposa para ver una película titulada nada menos que 'Los comandos del Rey'. En cuanto se enteró de la toma de las Cortes por Tejero, llmó a La Zarzuela. Con una voz muy emocionada le dijo a su hijo que no tenía consejos que darle, pues estaba seguro de que en todo momento sabría controlar la situación. Sin duda, don Juan de Borbón pensaba en el extraordinario prestigio que recaería sobre la Corona si lograba dominar la resaca que intentaba devolver a España a tiempos felizmente pasados".
(SERVIMEDIA)
09 Mar 1993
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