Tras la final del partido, los hinchas blancos tomaron los autobuses de vuelta al aeropuerto, ajenos aún a los penosos acontecimientos de los que iban a ser víctimas. A escasos metros del aeródromo de Glasgow, más de una veintena de autobuses fueron desviados a un descampado por espacio de dos horas.

Durante ese tiempo, los aficionados madridistas no recibieron ni una sóla explicación sobre lo que estaba ocurriendo. Encerrados en los atocares, el caos organizativo crecía minuto a minuto, ante la desesperación de los hinchas, que se consolaban de tantas penalidades gracias a la victoria de su equipo.

Sin embargo, lo peor aún estaba por llegar. El caos más absoluto se vivió en el aeropuerto de Glasgow. Miles de españoles se amontaron en unas instalaciones con escasas infraestructuras para acoger una final de Copa de Europa.

La policía de Glasgow y el personal de seguridad del aeropuerto no fue capaz de poner orden a tanto desordn, observando el caos como unos espectadores más. El servicio de megafonía era inexistente, nadie informaba de los vuelos; es más, ni siquiera en el aeropuerto había un traductor cualificado de español, hasta el punto de que tuvieron que recurrir a aficionados que hablan inglés para intentar transmitir mensajes de calma.

Tras horas de espera y con retrasos en la salida de vuelos superiores a las cuatro horas, los aviones empezaron a despegar con destino a España. Cada aficionado embarcó como pudo, en uelos distintos a los que tenían contratados. Esta situación de embotellameinto, y las horas espera, desató los nervios de muchos seguidores, que en algunos casos llegaron a enfrentarse por hacerse con un hueco en uno de los aviones.

A partir de las seis de la mañana, los primeros vuelos llegaron a Barajas, con los hinchas preguntándose si la victoria del Real Madrid compensa tantas penalidades.