Educación

Azucena y Antonio, la carrera de fondo de dos padres gitanos por la educación inclusiva de sus hijos

- Tienen cuatro hijos, uno de ellos con autismo, y lucharon por que estudiasen en un mismo centro y con adaptaciones

MADRID
SERVIMEDIA

Azucena López y Antonio Borja forman un matrimonio gitano que ha luchado por la educación de sus cuatro hijos, uno de ellos, el pequeño, con trastorno del espectro autista (TEA). Han pasado etapas duras, de tener que hacer un "tour" diario por cuatro centros distintos para asegurar la educación más adecuada a cada uno de ellos, destinar 400 euros mensuales a terapias y sacarse el carnet con 40 años.

"Yo creo que hemos hecho un buen trabajo y lo seguiremos haciendo. Seguiremos luchando y superando barreras, inconvenientes y todo lo que haga falta”, resumió la madre en una entrevista a Servimedia con la satisfacción de haber dado pasos importantes para asegurar la mejor educación y atención para sus hijos.

“Después de mucha lucha, lo que nos queda actualmente, es una familia gitana con cuatro hijos en la que la mayor, Nazaret, tiene 27 años y está totalmente independizada: tiene un trabajo, estudió, se formó y es programadora informática para Accenture. Tiene su contrato fijo, tiene su vivienda, tiene su hipoteca y tiene su bebé. Nos encontramos con otro con otro hijo que es Antonio, que tiene 22 años y está haciendo un grado superior de informática. Ruth tiene 14 años y está en tercero de la ESO, favorablemente va bien la cosa, pues está en una edad complicada. Y José, que tiene 10 años, que va al mismo centro que su hermana, lo hemos conseguido por fin y no va a tener la repercusión de tener que cambiar de colegio cuando tenga que ir al instituto: se encuentra en un cuarto de Primaria y en el aula TEA”, explicó.

Cuando llegó José, Azucena y Antonio ya estaban en “alerta” de que algo le ocurría a su pequeño, pues tenían experiencia como padres. Tras más de un año de pruebas y resultados de “todo bien, todo bien, todo bien” llegó el diagnóstico. “La respuesta fue, si todo salía bien, entonces lo que tiene es autismo. Fue un poquito duro”, reconoció la madre.

Pero el camino no ha sido sencillo para esta familia que apostó desde cero por la educación. “Cuando tuvimos el diagnóstico, la presentación del informe que nos hizo una trabajadora social del centro donde solicitábamos plaza pública para recibir terapias fue: niño de dos años al que están valorando en Atención Temprana, de familia gitana. Cuanto lo leímos y nos dimos cuenta que habían puesto eso como algo significativo volvimos al centro y les dijimos que lo corrigieran: no porque no nos avergonzamos de ser gitanos, sino porque no nos parecía nada relevante en un informe que tenía que presentar cada vez que hacía un trámite”, rememoró.

Luego comenzaría otro maratón, el de lograr la escolarización en un centro con aula TEA, un servicio que no se ofrece en todos los centros públicos, por lo que les quedaba más lejos de casa. Además, tuvieron que añadir otras actividades terapéuticas y lúdicas para la atención del pequeño. Como a muchas familias con niños con esta discapacidad estas atenciones suponen un sobrecoste de unos 400 euros mensuales. Según relata Azucena, las terapias públicas para niños con esta discapacidad sólo tienen apoyo público hasta que el escolar cumple 6 años.

“El diagnóstico nos lo dieron ya con tres años. Supuso una revolución en casa porque era cambiar todo. Teníamos otros tres hijos a los que no queríamos desatender. Nazaret la mayor quería formarse en informática; Antonio, el mediano, estaba en el instituto, y Ruth estaba en Educación Primaria. Nos encontramos con que a José le dan plaza en un colegio ordinario con aula TEA en el que no están ninguno de sus hermanos, porque por desgracia el sistema, pues hay poquitos colegios con aula TEA y te resignas”, continuó Azucena.

CAOS

La situación para la familia se complicó y estuvieron dos o tres años con sus cuatro hijos “escolarizados en cuatro sitios diferentes”. “Un caos”, resumió. “Nuestra solución fue hacer un 'tour' por las mañanas para los más mayores, pues se tendrían que ir en autobús. Mi marido y yo nos repartíamos para acompañarlos o recogerlos del autobús y cuando Antonio no podía recoger a José lo teníamos que hacer en autobús, que tiene muy mala comunicación".

"Tenía que salir de casa una hora y cuarto antes. Estuvimos así unos cuantos años y la verdad es que fueron duros, con mucho trasiego de entre centro y centro de un hijo y de otro; llegar a casa comer deprisa los más mayores, y por las tardes en clases extraescolares para no no dejarlos en casa solos porque los primeros años hubo muchas terapias para el pequeño. Fue un poco duro hasta que conseguí sacarme el carnet de conducir yo con 40 años”, añadió la madre.

“Fueron creciendo, cada uno tiene su obligación y ahora hay un poquito de orden”, prosiguió Azucena. Para adelantarse a la situación, ya que el instituto con aula TEA al que tendría que ir José oferta pocas plazas y no querían hacer el cambio cuando el escolar estuviese en plena ebullición adolescente, Azucena y Antonio idearon una estrategia.

Cambiaron a José en tercero de Primaria del colegio en el que había estado desde Infantil a otro que tuviera instituto para que no tuviera que hacerlo en una edad más complicada para él. “Teníamos muy claro que luego el cambio para un niño con autismo a los 13 años sin conocer a nadie iba a ser muchísimo más grande que hacerlo cuando es más pequeño. Nos costó muchísimo y lo que tuvimos que hacer una medio trampa”, reconoció. Trasladaron de centro a Ruth y luego solicitaron reagrupación de hermanos. Para la niña fue “durísimo”. “Se nos caía el alma el primer día”, pues tuvo que dejar a sus amigos. “Ahora está muy contenta. Estamos muy contentos todos, pero fue duro. Pero al final conseguimos que al año siguiente entrara Jose”, aseveró.

“Es muy duro todo lo que hay que conseguir para los niños con discapacidad, todas las injusticias que hay, sobre todo con el tema de educación, de ayudas, de terapias… Todo es moverte, mucho buscar mucho, rebuscar mucho y con el inconveniente de que también tienes más familia en casa”, resumió esta madre gitana que, pese a los obstáculos de esta carrera de fondo, lucha junto a su marido por la educación de los suyos.

ABANDONO EDUCATIVO

Según datos de la Fundación Secretariado Gitano, el 64% de esta población no termina la Educación Secundaria Obligatoria (dos de cada tres), frente al 4% de la población en general. Además, el 86% del alumnado gitano tiene un abandono educativo, cuando es del 13% para el conjunto de la población. “Revindicamos una ciudadanía plena, que no la podemos tener sin el principal ascensor social que es la educación, ascensor que con nosotros está averiado”, ilustró la directora general de la Fundación Secretariado Gitano, Sara Giménez, durante la reciente presentación de la campaña ‘La NO vuelta al cole’, en la que subrayó que las administraciones están “obligadas” a garantizar la educación y a “velar por el interés superior del menor”.

En ese acto, celebrado recientemente en Madrid, el padre de esta familia, Antonio, compartió el testimonio y su pasión por aprender. Explicó que un chico que “soñaba con la informática”. “Me importaba el estudio por el hecho del conocimiento personal y crecer, más allá del trabajo”, dijo.

Pero también se refirió a que “hay muchos factores que implican que los gitanos dejen de estudiar”. “Si los segregamos, si no les damos los recursos…”. “Si un profesor tiene que lidiar con 30 alumnos, cada uno con su problemática, ente ellos gitanos que no dan la importancia a la educación que debería tener… Todos son víctimas del sistema”, prosiguió, reconociendo que “sigue habiendo prejuicios”. “Yo también los tengo”, expuso antes de narrar el motivo que le hizo abandonar los estudios y engrosar esas cifras negativas del colectivo gitano.

“Estaba estudiando en el instituto. Ya era muy difícil que me apoyase mi familia, porque vendía por la mañana y por la tarde chatarreaba para pagarme el bonobús. Sufrí bullying, chistes, comentarios desagradables…”, continuó. El origen de todo ese descrédito, denunció, provenía de un profesor, que en las clases de fotografía, cuando apagaba las luces para el revelado decía: “Cuidado con las carteras”. Hubo un incidente en clase y se le señaló a Antonio, que también se defendió: “A partir de entonces dejé el instituto. Era un esfuerzo que hacíamos todo y tuve la sensación de que no iba a conseguirlo”.

Sin embargo, nunca perdió la fe en la importancia de la formación para romper las cifras y los tabúes y hoy, junto a su mujer, presume de haber recorrido un auténtico maratón por la educación de sus hijos.

(SERVIMEDIA)
30 Dic 2024
AHP/pai