Livingstone, que ya fracasó en el pasado en un primer intento de obtener el permiso de conducir, convirtió su amor al transporte público en uno de sus puntos fuertes para llegar a la Alcalía londinense, hasta el punto de posar para los fotógrafos en paradas del bus.

Esa imagen resultó un tanto dudosa cuando después trascendió que la factura total del alcalde en taxis ascendía a 5.500 libras en un año, si bien sus acólitos apuntaron rápidamente, al conocerse ese dato, que "los taxis también son transporte público".

Asociaciones de automovilistas también han reaccionado con comprensible cinismo ante la decisión de una persona que en 1999 declaró que odiaba los coches y que le gustara prohibirlos todos. "Esperamos", señalaron estas asociaciones, "que ahora empiece a comprender los inconvenientes causados por sus reprogramaciones de los semáforos, por la falta de coordinación en las obras realizadas en las calzadas y por algunos de los enloquecidos proyectos que ha introducido para aliviar el tráfico".