Santa Lucía (Siracusa, 283-304) era hija de padres nobles y ricos y educada en la fe cristiana. Consagró su vida a Dios e hizo un voto de virginidad. Su madre, enferma, la comprometió para casarse con un joven pagano y ella, para librarse del compromiso, la persuadió para que fuese a rezar a la tumba de Águeda de Catania para curarse. Como su madre sanó, Lucía le pidió que le dejara consagrar su vida a Dios. Su madre accedió, pero su pretendiente la acusó por ser cristiana.

Los soldados trataron de apresarla pero no pudieron con ella, ya que la muchacha permanecía rígida y pesada como una piedra. Fue condenada a la hoguera, pero el fuego no le hizo daño, por lo que se ordenó que le sacaran los ojos, pero ella estando ciega siguió viendo, y fue decapitada. Es patrona de las personas ciegas y de la ONCE y abogada de problemas de la vista.