Inclusión

Dubraska, madre sola de una niña con síndrome de Down, lucha contra el “bucle” de no tener hogar

- Vive en un centro de Cáritas y busca atención social para su hija, trabajo y una vivienda

MADRID
SERVIMEDIA

Dubraska es una mujer venezolana, madre sola, que vive con su hija con síndrome de Down en un centro de Cáritas en Madrid para personas sin hogar. Salió de su país para salvar la vida de la pequeña, pues además de discapacidad tiene graves enfermedades, pero la burocracia y la imposibilidad de dejar de cuidarla para poder trabajar impiden que puedan tener un techo propio.

María abraza con cariño a su madre y sonríe. Tiene siete años y dice que su segundo nombre es Esperanza. Y eso es lo que no quiere perder su madre, las ganas de luchar, pese a que esta mujer de 47 años está atrapada en una espiral que le impide rehacer su vida. “Mi situación de sin hogar es como un círculo. Todo se va cerrando y no encuentro salida”, resumió a Servimedia.

Llegó a Madrid porque en Venezuela le dieron pocas esperanzas de vida a su hija y no ofrecían un tratamiento adecuado a sus problemas respiratorios y de corazón. Tiene la nacionalidad española por sus padres -su madre reside en Canarias, aunque apenas mantienen relación-.

Arriesgó y salió de su país en busca de una operación cardiaca como única posibilidad de salvar la vida de su hija. Luego, “le vino algo peor, la de Kawasaki”, una vasculitis que supone la hinchazón de las arterias, una hipertensión pulmonar, explicó. La salud de la pequeña se complicó y tuvo que entrar más veces en el quirófano.

Ambas lograron llegar a Madrid, donde María fue ingresada. Aunque Dubraska no se separaba de ella en el hospital, en ese tiempo pudo tener un “hogar” de referencia y una ducha caliente en la Casa Ronal McDonals y el apoyo de Menudos Corazones.

“No me movía del Hospital Ramón y Cajal. No quería separarme de la niña”, relató la mujer en el marco de la presentación de la Campaña de Personas Sin Hogar de Cáritas y la Red Faciam, compuesta por entidades de la Iglesia que ayudan a personas vulnerables.

Pero cuando acabó el periodo de hospitalización y se vieron si vivienda, con poco dinero. Vivir en una habitación tampoco permitía que la niña recibiese los cuidados que requería. También el alquiler de un cuarto se complicó: tuvieron que salir de él porque no era el mejor entorno para María. Sin saberlo, habían contratado el servicio a unos okupas.

Dubraska buscó ayuda económica y alojamiento a través de cadenas de favores, pero ante la falta de éxito se marchó durante un tiempo a Bilbao con unos familiares. Desde allí, donde trabajó como limpiadora, tenían que viajar todas las semanas a Madrid a revisiones médicas.

La mujer se replanteó la situación y se volvió a instalar en la capital. Tras no poca burocracia, contó, le concedieron la Renta Mínima de Inserción (RM), pero no le permite vivir y alquilar vivienda. Solicitó ayuda a Cáritas Madrid, y la organización católica le dio plaza en sus residenciales.

“Para las ayudas hay que esperar tiempo y mover papeles y María siempre tiene médicos y cirugías. Es un bucle: sin hogar, la niña enferma, sin trabajo. Llevo seis años de centro en centro. Mi hija no sabe lo que es una casa", lamentó.

UN CÍRCULO

Para Dubraska su situación de sinhogarismo “es un círculo” donde no encuentra salida que le permita vivir de manera autónoma cono su hija. Los problemas de salud de la menor hacen que no pueda trabajar, porque la niña no puede asistir con regularidad al colegio. Y al tener concedida la RMI tampoco le dan ayuda para poner a alguien al cuidado de su hija, ni accede a bolsas de alimentos. Pero tampoco puede trabajar, no tiene nómina y no puede alquilar nada.

La “guerrerita”, como la llama su madre cariñosamente, salvó la vida, pero los cuidados y las recaídas son recurrentes, por lo que Dubraska no puede buscar un trabajo fijo. Tampoco puede emprender en su propia casa, porque no tiene. “La Renta Mínima de Inserción impide tener una propia vivienda”, denuncia esta madre, que recibe 630 euros mensuales. Y sin nómina no puede alquilar una vivienda, pero tampoco llega a fin de mes porque también tiene que comer y atender a María.

Cualquiera que se cruce con ella por las calles de Madrid no recaerá que tras sus bonitos ojos claros hay una situación de sinhogarismo como la que viven al menos 40.000 personas en toda España, según cifra Cáritas. Quienes están en esa situación coinciden en que “cualquiera puede acabar en la calle”, por lo que piden “empatía” tanto de las administraciones y la burocracia como de los ciudadanos que evitan cruzar con ellos la mirada.

Dubraska se aferra al sobrenombre de “Esperanza” para superar esta situación que reconoce que le “agobia”. “Tengo mucha fe. Hemos sido guerreras y guerreras vamos a ser”, concluyó esta mujer que trabajaba en Venezuela en la gerencia de seguros y que también se ha formado en el ámbito de la alimentación y la cocina. Confesó a Servimedia que sueña con tener un hogar donde cuidar de su pequeña y emprender su propio negocio de comida para llevar.

(SERVIMEDIA)
31 Oct 2021
AHP/pai