Según informó el Prado, esta pintura “enriquecerá sustancialmente” las colecciones de la pinacoteca al tratarse de una obra original de Alonso Cano, “de gran calidad, que muestra muchas de las características que lo convierten en un nombre principal en la historia de la pintura barroca española”.

A ello se suma que el tema del lienzo, y la forma de tratarlo, hacen de éste “una obra excepcional en el contexto del arte español de su tiempo”, ya que el tratamiento de lo mitológico es “comparativamente menor en relación con las representaciones de historia sagrada, naturalezas muertas o retratos”.

De hecho, si bien se conoce a través de inventarios que Alonso Cano se adentró en el campo de la mitología, es la segunda pintura suya de este género que ha sido identificada.

La atribución a Alonso Cano descansa sobre indicios documentales y en la comparación con otras pinturas seguras suyas. A su vez, la corrección formal, y la manera en que la figura invade la superficie pictórica, evocan el estilo del pintor granadino.

Por último, el hecho de que se cita en un inventario madrileño de 1657 sugiere que se trata de una obra fechable entre 1638 y 1652, cuando Alonso Cano estaba en Madrid colaborando en la decoración del Alcázar.