Sánchez encabezó un acto en el que estuvieron presentes el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, la de Defensa, Margarita Robles, así como representantes de las Fuerzas de Seguridad, la Justicia y las víctimas del terrorismo.

La ceremonia se inició con la destrucción de cerca de 1.400 armas, en su mayoría de ETA, por parte de una apisonadora, que hizo varias pasadas para triturar las pistolas, rifles y demás efectos que fueron colocados en grupos en el patio del cuartel de Valdemoro.

Tras la destrucción de las armas, se guardó un minuto de silencio en recuerdo de las víctimas del terrorismo y tomaron la palabra Sánchez y el director del Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo, Florencio Domínguez.

“GRAN SIMBOLISMO”

En su intervención, el presidente del Gobierno señaló que con la destrucción de estas armas “se levanta acta” de “la derrota de ETA frente a la democracia española”. Destacó que se escenifica “la derrota de las balas frente a los votos”, frase que recordó fue pronunciada por el ex ministro del Interior Alfredo Pérez Rubalcaba, al que definió como uno de los “principales artífices” de la victoria sobre la banda etarra.

El jefe del Ejecutivo añadió que la desaparición de otras bandas terroristas en Europa nunca se escenificó con la “rotundidad” con que España se destruyeron este jueves las armas etarras, puesto que grupos violentos de otros países desaparecieron “por agotamiento” y “de forma difusa”.

Por este motivo, resaltó que la ceremonia en el cuartel de Valdemoro era un acto “de un gran simbolismo” y “grandísimo significado” para la sociedad española. Añadió que no se podía reparar el dolor causado por los asesinatos y las extorsiones, pero expresó el compromiso del Ejecutivo para completar la tarea de “esclarecimiento” de crímenes etarras y de “reparación” a sus víctimas que “aún queda pendiente”.

Por su parte, Domínguez coincidió con el presidente en la “alta carga simbólica y política” de la destrucción de armas de ETA y de otras organizaciones terroristas, puesto que hacerlo consolida la “imagen de derrota” de los que quisieron cuestionar al Estado y sus principios democráticos.