El Thyssen acoge una decena de obras del Museo de Escultura de Valladolid
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El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza presenta hasta el 16 de junio una selección de diez obras procedentes del Museo Nacional de Escultura de Valladolid, y que complementarán a las propias del museo madrileño en su colección permanente de la segunda planta.
Entre ellas destaca una talla de San Marcos (1501-1525) atribuida a Felipe Bigarny, que colindará con una pintura dedicada al mismo santo del alemán Gabriel Mälesskircher. Se trata de una pieza en madera policromada en la que San Marcos aparece sentado en un atril, acompañado del león y concentrado en la redacción de las Sagradas Escrituras.
Entre las obras neerlandesas, en la sala tres se expone una escultura anónima de San Adrián (1501-1525), un santo vinculado a localidades del norte de Francia y la región de Gante. Es el oficial del ejército de Maximiliano, y entre sus atributos están la espada, la llave y la indumentaria de guerrero.
La talla, en madera policromada, se ha relacionado con otras ejecutadas en los Países Bajos meridionales, donde se registran características propias del Renacimiento italiano, como el rostro idealizado o la estilización de las telas.
En la sala seis, Santa Catalina de Alejandría (hacia 1683- 1687), del círculo de Aniello Perrone, ofrece un ejemplo de escultura religiosa barroca. En la sala siguiente, frente a un tondo de Beccafumi, se ha instalado la Sagrada Familia con san Juanito (hacia 1535), atribuido a Gabriel Joly, un altorrelieve de gran belleza tanto por la colocación de las figuras como por sus gestos y miradas.
En la sala 14, además, está la cabeza de un apóstol (1667-1700), de Pedro Roldán. Se trata de una pieza de bastidor, en las que se tallaban cabeza, manos y pies mientras que el cuerpo se cubría con ropajes.
Con La Virgen y el Niño con santa Rosa de Viterbo de Murillo, en la sala 15 se sitúa junto a una talla en madera policromada de Juan de Juni, San Antonio de Padua (hacia 1560-1575). El Niño Jesús se gira para mirar con ternura al santo, como ocurre entre los personajes de Murillo.
La última pieza, en la sala 19, es un demonio de un autor anónimo del siglo XVIII que sirve de contrapunto a San Miguel expulsando a Lucifer y los ángeles rebeldes, del taller de Rubens. Como indica la postura horizontal de la figura y las señales de un anclaje antiguo, la pieza debió formar parte de un conjunto en el que se escenificaría la caída de los ángeles rebeldes.
(SERVIMEDIA)
25 Mar 2019
GIC/gja