Los alimentos transgénicos son objeto de una Campaña Europea de Concienciación en la que participa la OCU. Un reciente estudio del Instituto Rowett de Aberdeen en Escocia, ha demostrado que ratas alimentadas con patatas manipuladas genéticamente sufrieron daños en su sistema inmunológico y un retraso en su crecimiento.

Las asociaciones de consumidores europeas reivindican "que al consumidor se le dé la oportunidad de distinguir mediante un etiquetado claro, fiable y que no recurra a fórmulas vagas o dubitativas, si existen en el alimento que estamos comprando OGM y que por lo tanto se nos garantice la libertad de opción", indicó Martínez.

Junto al etiqetado, los productos transgénicos deben contener una marca o trazador genético, identificable en el laboratorio, que permita a las autoridades sanitarias efectuar sus controles. Esta señal se realiza a través de un sistema de trazabilidad, de modo que un producto manipulado en el campo de cultivo, por ejemplo, se pueda identificar a través de su marca genética a lo largo de toda la cadena de distribución hasta el producto final hecho con materia prima transgénica.

"Es muy fácil decir que se ponga una tiqueta, pero si en un momento dado alguien decide no ponerla, ¿qué forma hay de demostrar si eso es genéticamente modificado o no?", se preguntó el portavoz de la OCU. Con los trazadores genéticos ese problema quedaría solucionado, ya que los inspectores sanitarios detectarían si el alimento contiene organismos transgénicos.

Ahora está por ver qué alimentos y productos deben llevar etiqueta de transgénicos y cuáles no. La OCU es partidaria de que algunos productos no tengan necesidad de llevar etiquea de manipulados genéticamente, si su composición es igual a la de los productos naturales. Por ejemplo, un colorante extraído a partir de plantas transgénicas no debería transformar en OGM a aquellos alimentos que lo puedan contener, argumentó Martínez.