Millones de mujeres desplazadas forzosamente conviven con el riesgo de violación
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Más de veinte millones de mujeres conviven con la resignación y el miedo a la violencia sexual cada día por su condición de refugiadas o desplazadas forzosas, de acuerdo con la interpretación que hace la ONG Entreculturas de los datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).
“Son luchadoras, sacan adelante a su familia, la defienden, la sufren. Son las más discriminadas y amenazadas por su condición de desplazadas y por su sexo, pero son el motor de las decenas de millones de personas que perdieron su hogar”, afirmó el director de Entreculturas, Agustín Alonso.
Tras esa imagen de esfuerzo está el miedo con el que conviven. “Muchas mujeres huyen de su lugar de origen por el miedo a ser violadas, a ser usadas como armas”, indicó Elisabeth Waraga, que fue refugiada sudanesa durante décadas y hoy ayuda a quienes viven la misma situación.
La resignación también impera en las zonas más afectadas por los desplazamientos forzosos, como Sudán del Sur, donde “el 84% de las mujeres creen que la violencia sexual debe aguantarse, es parte de ese esfuerzo que deben vivir”, aseguró Luca Fabris, del departamento de África en Entreculturas.
La refugiada congolesa Nicole Ndongala explicó que una violación en tiempos de conflicto “es mucho más que un acto de degradación”. Además de la violencia y el forzamiento, narra historias de “humillación extrema” donde los agresores forzaron la capacidad del sexo femenino introduciendo “objetos que les rodeaban en él”.
HORRIBLES EXPERIENCIAS
Waraga confirmó las palabras de Ndongala con la historia de una de las mujeres a las que actualmente ayuda. “A veces, la peor violencia no es la que ejercen sobre ti. Lo peor es cuando la ejercen sobre tu familia, sobre tus hijos. Uno de los casos más horribles que encontré fue el de una madre a cuyas hijas violaron y asesinaron delante de ella”, narró. A día de hoy, “esa mujer vive con un trastorno que difícilmente superará”, lamentó Waraga.
Nicole Ndongola explicó que en la guerra se trata de “insensibilizar a los varones” para que sean “capaces de violar, de convertir en una arma a cualquier mujer… Incluso a sus familiares más directos”.
A pesar de que salir de la zona de conflicto es visto como la única alternativa por muchas mujeres, no faltan casos en los que no lo es, aseguran varias de las fuentes consultadas.
“Cruzar los kilómetros, muchos de ellos desérticos, que nos separan de Europa es un proceso muy costoso y duro… y el dinero se tiene que conseguir de cualquier manera”. Además, “las mujeres que viajan por zonas como Marruecos viven abusos sexuales terribles”, aseguró Ndongola.
“La prostitución es una realidad para estas mujeres. Algunas venden su cuerpo para seguir su éxodo forzado hasta Europa, otras para pagar la matrícula de la escuela en su nuevo emplazamiento o para comer y no faltan quienes se ven discriminadas por su raza en el país al que entran y están forzadas a vender su cuerpo para salir adelante”, coincidieron Waraga y Ndongola.
Los expertos consultados aseveran que esa situación lleva a buena parte de esas mujeres a culminar sus viajes forzosos con enfermedades de transmisión sexual o con embarazos fruto de las violaciones que han vivido en el camino.
Una de las soluciones más esgrimidas es la educación. Elisabeth Waraga afirmó que “educar a una mujer es educar a una nación”. Y es que el rol que mencionaba Agustín Alonso hace que esas mujeres puedan contagiar lo positivo, el respeto y la educación adquirida en las aulas a quienes conforman su entorno.
Con la educación se puede “transformar el miedo y la resignación en fuerza e ilusión, algo que hoy parece lejano pero es posible”, aseguraron las fuentes consultadas. “Pero para que se cambie solo hay una camino: estar ahí, tenemos que estar ahí”, sentenció Cristina Manzanedo, de Pueblos Unidos, como conclusión.
(SERVIMEDIA)
22 Jun 2014
DPG/caa